martes, 20 de noviembre de 2012

AMANECER (y no tiene nada que ver con vampiros)

Hoy me he levantado temprano, como cada día, porque hace ya años que no suelo gandulear entre las sábanas y, aunque no tenga ningún motivo para madrugar e incluso cuando, por una u otra razón, la noche anterior me fui a la cama considerablemente tarde, mi despertador silencioso, algún tipo de resorte que se ha instalado en mi interior, me despierta automáticamente en algún momento entre las 7 y las 8 de la mañana. Y podréis decirme que soy estúpida, que no es necesario madrugar si no tengo nada que hacer, y menos aún en estas semanas de convalecencia en que lo mejor que puedo hacer (y casi lo único) es descansar. Pero me gusta despertar. Me encanta abrir los ojos cada mañana, temprano, y sonreir.
 
Y es que los despertares, mis despertares, vienen siempre acompañados de una amplia sonrisa. Porque aunque hubo algún tiempo en que me ocurría todo lo contrario y ese trance del sueño a la realidad era como recibir mil saetas envenenadas por todo el largo y ancho de mi alma, y me acordaba de mi amigo Calderón, cuyo personaje archiconocido encarné alguna vez en un querido escenario que ya no existe, es bien cierto que siempre me gustaron las mañanas, los amaneceres, y que hace unos años que tengo una razón, la razón, mi razón, para vanagloriarme de que el mundo real es muchísimo más bonito que el de los sueños. Y oiga, eso no todo el mundo lo puede decir. O no se atreve. Porque se nos ha olvidado recordar que hay cosas buenas. Porque se nos está olvidando agradecer lo que tenemos y disfrutarlo. Últimamente todo es negativo o quizá pareciera que nos hemos hecho con un filtro invisible que sólo selecciona malas noticias. Yo te tengo a ti, o me tienes tú, o nos tenemos el uno al otro, y eso me basta para sonreirle a la mañana. Pero cuando aún no éramos "nosotros" y exceptuando esos días oscuros que no olvido ni deshecho porque forman parte de mi lección de vida, ...también sonreía.
 
Ayer sin ir más lejos en el tiempo, lo hablaba con alguien a quien quiero mucho y que es un referente para mí en muchos aspectos. Sí. Seremos raras... pero no nos cuesta despertar con una sonrisa. Y tampoco nos cuesta seguir sonriendo el resto del día.
 
En mi larga época universitaria hubo años en los que amanecía durante el trayecto diario entre Cartagena y Murcia. Sé que algunos me miraban como a una desquiciada. El mal humor imperaba en aquellos madrugones. Yo solía contemplar el paisaje, que nunca me aburría y nunca me parecía el mismo. Y no podía evitar componer un gesto de alegría, de admiración, de entusiasmo. Me entusiasman las cosas. Y no me avergüenzo de ello. ¿Por qué iba a hacerlo? Me entusiasma el frío y la humedad de las frías mañanas, el color que tienen las ciudades cuando el sol está aún bostezando. Me emociono en los museos, me sobrecoge el legado de los grandes genios del pasado, me toca la fibra sensible pasear por calles de ciudades desconocidas y sin embargo tan leídas y añoradas por mí sin haber sido pisadas antes... Lloro entre las páginas de los libros y hasta he sentido palpitaciones contemplando escenas aparentemente cotidianas, simples, rutinarias, porque me embarga la belleza de lo que perciben mis sentidos y me gusta ver lo extraordinario en las cosas ordinarias. 
 
Me gusta buscar y encontrar (ambos conceptos son importantes y no siempre van de la mano, porque a veces el mero hecho de buscar es alentador y en otras, encuentras sin necesidad de buscar) lo bueno de cada día. Me gusta ir a contracorriente y cuando todos se lamentan por el estado de las cosas, yo quiero ver un atisbo de esperanza y sobretodo creo que es absolutamente necesario sentir que las cosas pueden cambiar, que los milagros SÍ existen. Y que somos nosotros los artífices, de lo bueno y de lo malo.
 
Hay un dicho viejo, una frase que seguramente hemos oído mil veces, en distintas versiones y formas, pero que nunca deberíamos olvidar: "No puedo cambiar el mundo pero puedo cambiar el mundo en mí". Y quizá lo primero que deberíamos hacer es tirar a la basura ese filtro invisible que sólo nos permite ver lo malo y lo decadente. Hay que contemplarlo todo y quedarse con lo bueno. Y de lo malo... aprender, luchar, borrar o transformar. Eso es lo que quiere decir "cambiar el mundo en mí". Si no somos capaces de ver lo bonito de este mundo y todavía peor, si no somos capaces de imaginar un mundo mejor, nunca podremos lograr que ese sueño se haga realidad... porque, con permiso de Calderón os diré... que la vida siempre es sueño y los sueños.... "vida" son.
La belleza tranquila fotografiada por un ser bello y tranquilo que me recordó cómo buscar todo lo bueno que hay dentro y fuera de mí. Gracias, J, por cada segundo con o sin ti, with or without you.