domingo, 4 de mayo de 2014

SU CAFÉ DE LA MAÑANA

Conozco a una mamá que no puede hablar hasta después del café de la mañana. Pero sí dar abrazos. Y escucha la radio entre tostada y tostada, con un pie sobre el travesaño de la silla y otro en un mundo lleno de estrellas de David.

Conozco a una mamá que siempre llegaba tarde y siempre está pensando en ti cuando la llamas por teléfono. Una que sabe rimar sin rima, y que rima a la perfección, asonante o consonante, cada prenda que se pone, sin años que pasen por su cuerpo pequeño.

Conozco a una mamá que llora sin lágrimas y ríe llorando, que guisa para dos o para ocho con las mismas cantidades. Una mamá que te da un beso de buenas noches en otro idioma, con olor a crema, a lavanda y a agua de rosas... Una mamá que hace magia con la piel de las naranjas, y que disfruta comiendo pipas y tirando las cáscaras al suelo, aunque luego toque barrerlas.

Conozco a una mamá que duerme mucho y no perdona la siesta. Que va sembrando sonrisas y cariños donde quiera que se acerca. Que es detallista y detalle y a ratos olvidadiza. Una mamá que es amiga de reyes y pobres, en todos los sentidos de la riqueza y la pobreza, como aquel santo familiar que siempre nos acompaña.

Conozco a una mamá que se pirra por el chocolate y las castañas. Y los mosquitos se pirran por ella. Que canta arreglando sus plantas, que más que arreglar, las mima. Una mamá que fue hija y es abuela, que es esposa, que es tía, hermana, madrina... Y es ella.

Conozco a una mamá que nunca encuentra sus gafas, que colecciona abanicos y sueños interpretados. Una mamá que te cuenta el mismo chiste sin saber cómo contarlo, que empieza conversaciones y las termina desordenadas. Pero las termina,  aunque sea otro día y ya vea la tuerta los espárragos...

Conozco a una mamá a la que le gusta esa ola "que te levanta", que siempre quiere semillas y conchas, piedras y aromas. Y ella misma es aroma de eterna fe y de esperanza. Una mamá que te dice que no aceptes caramelos, a los 6 y a los 35.

Conozco a una mamá a la que quiero y extraño, porque es mi mamá, esta mamá de la que hablo. Una mamá a la que hace 36 años me unía un cordón umbilical y hoy ese cordón es telefónico, que atraviesa el océano y como aquel vínculo en el vientre materno me acerca su voz, un nuevo cordón umbilical que nos permite hacer versiones distintas de aquellos desayunos en los que la abrazaba, antes de que me hable, antes de que se tome... su café de la mañana. Y la abrazo igualmente. Y reímos y lloramos y divagamos y seguimos siendo nosotras dos, con la radio de fondo. Espera, que la apago.

Feliz día de la madre, mamá.

Mi mamá.