viernes, 21 de marzo de 2014

CUANDO CADA DOS DE TUS PASOS, YO DABA CINCO.

Marieta, no seas coqueta...
Llegamos tarde al colegio, como pasa algunas veces. Y al llegar a cierta esquina, sobreviene el estornudo. Sonrío y camino erguida, a pesar del frío que me corta las rodillas. Huele a clavel en Juan XXIII, y ese grande perro blanco va a comprar el periódico con una moneda en el hocico. "Hola Paco", digo al loro. Y después de comprar tres crespillos y una chocolatina, un beso en la esquina de San Miguel. Tú te marchas por Medieras, de camino a la oficina. Ayer salimos con más tiempo y me enseñaste que para llegar a una meta, siempre hay diversos caminos. Desde entonces, no he dejado de llevar a la práctica tu consejo, literal y metafóricamente. Siempre fui muy despistada, pero me enseñaste a fijarme en los detalles, en los importantes y en los triviales: el color del cartel de un negocio, las matrículas de los coches, jugando a cambiar el paso, agarrados del meñique... ¡Hola, cuánto tiempo sin verte!

¿Dónde fueron esos años? Que los busque quien sea más listo... Aunque si tú eres tú y yo soy yo... El tiempo pasa, sí. Los detalles, los sentimientos, los buenos recuerdos, se quedan dentro. Y salen de vez en cuando a pasear, por la mente, en silencio o en forma de historias, de conversaciones fugaces, o  a través de la palabra escrita, esa que tanto me gusta. Y reviven Rascayú, Marieta la coqueta, Melimes y Melames, e incluso el tío Desiderio, a pesar de que el rayo de luna lo alumbra en el cementerio.

Soy tú. Sí. Somos tú. Pues de ti, de vosotros, hemos venido. Y soy tú cuando me siento, con un pie bajo el trasero. Y me sorprendo a menudo cuando escucho una de tus frases y coletillas en mis labios. Y sonrío. Y te pienso.


Gracias, Padre, por la fé. Gracias, Padre, por mi padre.

Gracias, padre, por los pepitos de lomo. Por la nana de Brahms (que ahora escucho mientras escribo). Por el enano saltarín cuyo nombre conocemos del uno al otro confín; desde el mayor de tus hijos, al menor de tus nietos, sobrinos y "sobrinelos". Por venir a buscarme, por acompañarme, por enseñarme para que no me equivoque y por dejar que aprenda yo sola a través de mis errores. Gracias, por tus enfados, y tus risas (que son menos abundantes que los primeros, aunque nunca es tarde para reír más, ni siquiera a los 72...). Gracias, padre, por tus silencios, por tus miradas de entendimiento, por tus escritos y reflexiones, por toda una vida de entrega. Gracias por San Vicente, por Fred Astaire y Ginger Rogers, por las cuatro plumas, por los veranos en la Zenia, por las empanadillas de atún, por la banda sonora de La Misión... Gracias, por enseñarme las marchas de Semana Santa a fuerza de tarareo, y por dejar que mis pies crecieran en muchos zapatos distintos... Gracias por Chopin, por las zarzuelas, por el teatro, por los crucigramas... 

Y así podría seguir, agradeciéndote agradecida. Porque  no existen los límites en esto de agradecer... Pero déjame agradecerte la cosa más importante: Déjame darte gracias por mi vida, por poder estar aquí, lejos, que no siempre es "menos cerca", dándote las gracias, papá. 

Y no te preocupes: No dejaré de escribir.


Te quiero.

Feliz cumpleaños.

When we are together dancing cheek to cheek...