Queridos mamá y papá; papá y mamá:
Cuando intentaba empezar a escribir algo para vosotros, en una de esas madrugadas insomnes, paréntesis de biberones, de pañales y de toda esta bendita locura que es la aventura de criar a Marina... me sentía a la vez presa del cansancio e inundada por una caótica lluvia de ideas, de frases, de recuerdos de lo vivido y de lo narrado. Bonita experiencia es esa de recordar lo que una no ha vivido, a fuerza de haberlo escuchado muchas veces, porque me he convertido en recipiente de historias, sobretodo por haber sido durante mucho tiempo la pequeña de la familia. A pesar de ello, siempre he dicho que mi vida se alargaba y se remontaba mucho más atrás del 78, gracias a vosotros, a mis hermanos, a mis tíos, a mis primos... y a esas dos (ya sabéis a quienes me refiero), las que siempre están sin estar porque viven en nosotros. No hay reunión familiar en que no se las recuerde y se las nombre y esta no iba a ser menos. Abueli y Lola están aquí, como aquel otro domingo 29, el de hace 50 años, el de Mayo del 66.
Blanca y radiante iba la novia. Lo sé, no sólo por las fotos, ni porque me lo hayan chivado quienes estuvieron allí aquel día. Es que mi madre es así- Blanca y radiante. Ayer, hoy y siempre... brilla con luz propia; a los 26 y a los 76, en el día de su boda o cuando te da un beso de buenas noches en bata y zapatillas. Un beso que como alguna otra vez he descrito, huele a crema hidratante, a agua de rosas y a lavanda. Así pues, aquel 29 de mayo... blanca y radiante iba mi madre, con el corazón dividido entre la pena de no poder tener a su padre junto a ella para llevarla al altar y la gran ilusión ante el largo viaje que estaba a punto de emprender junto a Agustín. Un Agustín sonriente, ilusionado y entregado. Él tampoco ha cambiado. Yo sé que es el mismo, bien es cierto que con algo menos de pelo, y en apariencia no tan sonriente- Y digo en apariencia porque... papá... vas a permitirme que revele tu secreto. Mi padre ha sacrificado su vida y sus sonrisas para dárnoslas a nosotros. ¿Por qué creéis que siempre sonrío? Porque es mi padre, son mis padres los que me han enseñado a sonreir, los que me han permitido sonreir. La historia de mis padres es la de toda una vida de entrega, mútua y para con nosotros.
Hay tantas, tantísimas cosas por las que nosotros, vuestros hijos, debemos daros las gracias, amén de lo material, que nunca ha faltado, como decía, con todo el sacrificio que eso conlleva. Nos habéis dado todo, a veces decidiendo por nosotros y otras dejándonos decidir, enseñándonos y dejándonos aprender, equivocándoos y dejando que nos equivocáramos. Que la vida no es vida si no hay tropiezos. Que no hay manera de aprender si no hay lugar para el error. Pero también para el perdón. Nunca es tarde para pedir perdón, que no se nos olvide. Así que benditos errores, los vuestros y los nuestros que nos han llevado hasta aquí hoy. Yo, por mi parte, me siento más que satisfecha con quién y cómo soy, y si soy y estoy es GRACIAS a vosotros, los mejores maestros. Estoy segura de que vuestros padres, los cuatro, desde el cielo, os miran con orgullo. Lo habéis hecho bien. Lo habéis hecho MUY BIEN. Ellos os enseñaron con su vida, como vosotros nos habéis enseñado a nosotros, con la vuestra. Y es que la vida misma es toda una lección de AMOR.
AMOR... Después de tres párrafos todavía no había pronunciado esta palabra. Pero llegó la hora de hablar del sentimiento por excelencia, de esas cuatro letras tan manidas, tan exploradas y explotadas... Cuántos han cantado al amor, cuántos han escrito sobre él... El amor ha sido representado por artistas de diversa índole... desde tiempo inmemorial. El amor es una región conquistada una y otra vez, sobre la que ondean tantas banderas no como países sino como personas habitan y han habitado la tierra. Y es que el amor es el motor que mueve el mundo. Y con todo y con eso, sigue siendo algo indescriptible, desconocido, insondable... por su carácter ilimitado. Te quiero, te quiero, te quiero... te quiero aunque ya no te lo diga... se me han agotado las palabras de tanto decirlas, de tanto vivirlas... ¿Se pueden agotar los "te quieros"? No lo sé. Pero yo creo que el sentimiento no. Que como decía uno que yo me sé a unos tales corintios... EL AMOR NO PASA NUNCA. Aunque ya se puede decir te quiero en todas las lenguas del mundo, si el amor no es amor, si no tengo amor...de nada me sirve...
Decía la madre de Forrest Gump que la vida es como una caja de bombones, que nunca sabes cuál te va a tocar. Qué razón tenía esa mujer... Y pensando en ello y en este año tan Cervantino me viene a la mente la idea de que la vida y por tanto el amor es como la literatura. Así pues, hay amores clásicos y modernos, bucólicopastoriles, épicos, versados, versiculados, biográficos... Hay amores con un largo prólogo o sin él, dramáticos, tragicómicos, de cuento de hadas, de bolsillo o por fascículos... Hay amores de tapa dura pero que encierran grandes y apasionadas historias, amores en proceso creativo, sin terminar. Amores muy leídos, amores desconocidos... Amores premiados y hasta best-sellers. Los hay fantásticos o realistas. Costumbristas, góticos, ilustrados, enrevesados... Hay amores versionados, traducidos y hasta llevados al cine... Y creo sinceramente que ningún amor, cuando es verdadero es mejor que otro. Simplemente es distinto. Hay quienes viven un largo noviazgo y hay a quienes el amor les llega fulminante como un rayo en medio de la tormenta, a veces tras una larga amistad. Y a todos, antes o después les une la bendita casualidad. En un colegio, en la universidad, en la playa... o en una oficina de la calle Mayor.
Hoy nos reunimos para celebrar una casualidad. La vuestra. Para celebrar un sí de hace 50 años. Vuestro sí. Felicidades por cada uno de estos cincuenta años, en que fuimos llegando poco a poco. Luego nos llegaron nuestras benditas casualidades y pronunciamos nuestros propios síes. Y nos fuimos yendo, más que poco a poco, por tandas... Y regresamos para devolveros la vida que nos disteis, en forma de nietos. Porque vuestro amor fue nuestro nido. Vuestro hogar es nuestro nido, vuestro corazón es nuestro nido. Un nido que nunca se abandona. En él permanecemos, sin edad, sin tiempo, sin condiciones. Ya que no hay un nido más cálido que el del amor de unos padres. GRACIAS por quereros, gracias por querernos y gracias a Dios por haber hecho todo esto posible.
Que Dios os bendiga. O mejor dicho, Que Dios os siga bendiciendo.