Hace mucho que suelo pensar que estamos hechos de retazos. Aparte de los ya consabidos genes que, caprichosamente, te dan el color de los ojos de un abuelo, las cejas de tu padre, la sonrisa de tu madre y hasta las verrugas de esa tía abuela con las que tanto reíste haciéndola rabiar, están esos otros que vamos cosiendo a nuestras vidas con el largo hilo de los años y las vivencias.
La gente pasa por nuestro lado y se queda o se va, pero en cualquier caso lo hace dejándonos huella en forma de pasiones, manías, frases sentenciosas que afloran a nuestros labios por un tiempo o por el resto de nuestra existencia, dibujando en la mente otros labios que ya las pronunciaron en universos pasados pero presentes en la memoria.
A menudo olvidamos el porqué de muchas cosas. ¿Por qué escribo la T de este modo? Se me pegó de un profesor de la facultad al que admiraba. ¿De dónde viene mi amor por lo medieval? Seguramente aunque no en su totalidad, tuvo mucho que ver aquella amiga que amenizaba mañanas y tardes de calor sofocante inventando largas jornadas de rol.
Coletillas, la manera de sentarnos, rituales extraños que a fuerza de repetición constante pasan desapercibidos al instaurarse en nuestros días como verdaderas funciones vitales y que en verdad proceden de naturalezas tan diversas...
Aún así, a pesar de la aparente falta de originalidad de cada uno de nosotros, conseguimos en mayor o menor medida convertirnos en seres únicos mezclando todos esos retazos de otros en una gran paleta de infinitos colores y matices.
Últimamente pienso mucho en el porqué de mis manías, en la procedencia de mis particularidades no particulares. Y me pregunto qué habré dejado de mí en otros, contribuyendo a formar ese gran collage, ese puzle, ese cuadro puntillista o película de fotogramas dispares que en definitiva es el ser humano en su naturaleza.
Y una de las conclusiones que saco de todo esto es lo que desde hace mucho me viene rondando el pensamiento: que todos, a pesar de lo diferentes que podamos parecer, siempre tenemos algo en común. Y que, en cierto modo, como soñaba Lennon, compartimos el mundo, a fuerza de pinceladas más o menos originales, en una gran acuarela universal...
autoretrato fotográfico acuarelado.